Cristhy Cristina
La daga que sostengo en mi mano vacila ante la mirada del traidor arrodillado ante mí. Escucho su respiración. Es lenta. No tiene miedo
y eso me enfurece.
Lo he martirizado durante días. Pero, aún así, eleva el rostro atestado de cicatrices, de las cuales brota el agridulce carmín de la
vida, y sigo sin estar satisfecha.
Este bastardo casi delata a mi aliado. Casi arruina nuestros planes.
Sonríe. Me insulta. Uno de esos insultos que odian las mujeres.
No soy princesa, pero un castillo es mi guarida. No soy guerrera, pero un ejército me precede. No soy reina, pero el poder se arrodilla
ante mí.
El vestido de lino se adhiere a mi piel a la perfección. Delimita mi silueta. Insinúa lo que oculta y quizás por ello este malnacido
ante mí se atreve a compararme con una fulana.
Sé que muchos no pueden resistirse a mirarme, pero solo uno es digno de descubrir la fragancia de mi cuerpo. El único que comparte mis
ansias de grandeza.
Entre los rumores que escalan desde las bases de mis torres, una noticia hace resonar cada uno de mis muros. Buena para algunos y
aterradora para otros. Mas para mí es una oportunidad; una oportunidad feroz; una ferocidad sutil.
Bien saben los ciudadanos de éste lugar que su señora no goza de misericordia. Algunos dicen que mis ojos reflejan la gélida espada de
la serpiente. Otros, que mí alma no es más que la sombra de un tedioso vacío en mi interior.
Sinceramente, poco me importa lo que piensen o digan de mí. Lo único que procuro es que a mi paso tiemblen y que no se atrevan a alzarse
contra mi potestad.
Sé que junto a mi aliado no existirá montaña que no podamos someter ni mar que no podamos combatir.
Con un solo movimiento mis hombres obligan al traidor a abrir la boca. Le sujetan la cabeza con fuerza.
Agarro su repugnante lengua.
Me encargaré de que no pueda volver a pronunciar palabra alguna.
Cristhy Cristina.
Imagen adquirida en el buscador de google.
No pertenece a mi propiedad
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