Desde el lomo de mi Krhon observo el cielo, es un verdadero espectáculo de colores ardientes antes del anochecer.
Antes de que el día toque a su fin y que despierten las almas del crepúsculo.
Cuando las luces azafranadas sucumben ante la profunda oscuridad de la noche, desciendo a las Tierras Céntricas, un lugar que nadie osa
pisar, o al menos nadie que conozca lo que reside entre sus montañas.
Son mías. Mis montes. Mis llanuras.
Yo soy su dueño. El señor de las temibles criaturas que se esconden entre el polvo de estas paredes de roca caliza.
Soy el Amo de toda una manada de Krhons, reptiles alados que pueden llegar a alcanzar un tamaño memorable.
Sus prolongados cuerpos escamosos se sostienen por cuatro recias extremidades semejantes a las columnas de un templo indestructible. De
ellas, las traseras son más cortas y gruesas que las primeras, y de éstas últimas brotan unas extensas alas, tan temibles como la más monstruosa de las olas, donde seis escuálidas venaciones
determinan cada uno de sus vértices. Dos alargadas colas nacen del límite inferior de sus espinas y adelgazan a medida que alcanzan el extremo de sus complexiones.
Y en el culmen de semejante maravilla se alza la cabeza, aplanada y de apariencia inocente hasta que muestra la apertura de sus fauces,
las mismas que se orgullecen de su peligrosa dentadura, aguda como ninguna espada podrá ser jamás.
Pero a pesar de todo eso, son sus ojos perfectamente ovalados sobre sus aplanados hocicos, los que petrifican con solo una
mirada.
Son temidos, odiados y respetados, y no existe ejército que esté a la altura de su poderío.
Por ello, ni siquiera la profecía que se cierne sobre estas extraordinarias criaturas me hace temblar. Se habla de que su rey resurgirá,
la luz de su mirar cual estrella brillará y a sus pies los Krhons se postrarán.
Pero juro que nadie me arrebatará el poder. Yo soy su rey. Ahora y siempre y mataré a aquel que mi lugar pretenda reclamar.
Imagen adquirida en el buscador de google.
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