Ealem Elena

 

Una rosa. Eso es lo que soy.

Una flor de pétalos escarlata con el fuego del ocaso, y rosados a la luz del alba.

Dormía. Incluso, soñaba.

Estaba en una inmensa pradera a los pies de una gigantesca roca durante un eterno día de verano.

 

Tranquila. Feliz. Porque tengo alma.

Sí, en esta galaxia, algunas flores tenemos almas.

 

Pero no fue hasta el atardecer de aquel interminable sueño cuando algo sacudió el cielo.

Las nubes empañaron el horizonte de una forma extraña. Parecía que tenían ojos; unos ojos cargados de oscuridad.

Sus lágrimas en forma de rayos asolaron la hierba ante mí.

 

 

 

Una gran sacudida hizo temblar mi escuálido tallo. Sentí miedo. Lo siento ahora. Soy muy delicada.

Soy una preciosa pero frágil rosa.

 

Entonces lo oigo. Un rugido, no es feroz, no es sanguinario, no es monstruoso.

Es potente y asfixiante. Sangriento y familiar. Muy familiar.

Demasiado para haber estado dormida durante milenios.

La reconozco de inmediato y siento mi espíritu zarandearse con violencia. Creo que me voy a partir y hasta mis pétalos temen desprenderse.

 

De repente, aparece una luz que procede de lo alto. Es un único rayo que atraviesa hasta los confines más remotos.

Me habla. Escucho su voz melodiosa. Me llama. Me dice que despierte, que los Gigantes necesitan a las flores.

 

El tallo que alza mi figura comienza a moldearse para dibujar mis curvas de mujer. Las raíces que me sostienen se agrupan para trazar dos piernas del color de la fresa. Mis hojas se zarandean a medida que de sus cinco vértices emergen los dedos. Y los pétalos de mi corola se fusionan para despertar mi mirada.

 

Miro a cielo. Ahora es de verdad. Frente a mí se desata una guerra y mis aliados necesitan refuerzos.

Giro mi esbelto cuerpo herbáceo, miles de flores de todas las especies parecen exiliadas en sus propios sueños. Soplo. Mi aliento despertará a mis hermanos.

 
Ealem Elena